lundi 23 août 2010

coplas de Jorge Manrique

A la Muerte del Maestre de Santiago
Don Rodrigo Manrique, Su Padre
Jorge Manrique
(1440–1479)

Recuerde el alma dormida,
Avive el seso y despierte
Contemplando
Cómo se pasa la vida,
Cómo se viene la muerte
Tan callando;
Cuán presto se va el placer,
Cómo después de acordado
Da dolor,
Cómo a nuestro parescer
Cualquiera tiempo pasado
Fue mejor.

Y pues vemos lo presente
Cómo en un punto s’es ido
E acabado,
Si juzgamos sabiamente,
Daremos lo non venido
Por pasado.
Non se engañe nadie, no,
Pensando que ha de durar
Lo que espera
Más que duró lo que vio,
Porque todo ha de pasar
Por tal manera.

Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar en la mar,
Que es el morir;
Allí van los señoríos
Derechos a se acabar
E consumir;
Allí los ríos caudales,
Allí los otros medianos
E más chicos;
Allegados, son iguales
Los que viven por sus manos
E los ricos.


Invocación


Dexo las invocaciones
De los famosos poetas
Y oradores;
Non curo de sus ficciones,
Que traen yerbas secretas
Sus sabores.

A aquél solo me encomiendo,
A aquél solo invoco yo
De verdad,
Que en este mundo viviendo,
El mundo non conoció
Su deidad.

Este mundo es el camino
Para el otro, qu’es morada
Sin pesar;
Mas cumple tener buen tino
Para andar esta jornada
Sin errar.
Partimos cuando nascemos,
Andamos mientras vivimos,
Y llegamos
Al tiempo que fenecemos;
Así que cuando morimos
Descansamos.

Este mundo bueno fue
Si bien usásemos d’él
Como debemos,
Porque, segund nuestra fe,
Es para ganar aquél
Que atendemos.
Y aún el Hijo de Dios,
Para sobirnos al cielo,
Descendió
A nascer acá entre nos.
Y a vivir en este suelo
Do murió.

Ved de cuán poco valor
Son las cosas tras que andamos
Y corremos;
Que en este mundo traidor
Aun primero que muramos
Las perdemos:
D’ellas deshace la edad,
D’ellas casos desastrados
Que acaescen,
D’ellas, por su calidad,
En los más altos estados
Desfallescen.

Decidme: la hermosura,
La gentil frescura y tez
De la cara,
La color e la blancura,
Cuando viene la vejez
¿Cuál se para?
Las mañas e ligereza
E la fuerza corporal
De juventud,
Todo se torna gaveza
Cuando llega el arrabal
De senectud.

Pues la sangre de los godos,
El linaje e la nobleza
Tan crescida,
¡Por cuántas vías e modos
Se pierde su grand alteza
En esta vida!
¡Unos por poco valer,
por cuán baxos e abatidos
Que los tienen!
¡Otros que por no tener,
Con oficios non debidos
Se mantienen!

Los estados e riqueza
Que nos dexan a deshora
¿Quién lo duda?
Non les pidamos firmeza
Pues que son d’una señora
Que se muda.
Que bienes son de fortuna
Que revuelve con su rueda
Presurosa,
La cual non puede ser una,
Ni ser estable ni queda
En una cosa.

Pero digo que acompañen
E lleguen hasta la huesa
Con su dueño;
Por eso non nos engañen,
Pues se va la vida apriesa
Como un sueño:
E los deleites d’acá
Son en que nos deleitamos
Temporales,
E los tormentos d’allá
Que por ellos esperamos,
Eternales.

Los placeres e dulçores
D’esta vida trabajada
Que tenemos,
¿Qué son sino corredores,
E la muerte la celada
En que caemos?
No mirando a nuestro daño
Corremos a rienda suelta
Sin parar;
Desque vemos el engaño
E queremos dar la vuelta
No hay lugar.

Si fuese en nuestro poder
Tornar la cara fermosa
Corporal,
Como podemos hacer
El alma tan gloriosa
Angelical,
¡Qué diligencia tan viva
Tuviéramos cada hora,
E tan presta,
En componer la cativa,
Dexándonos la señora
Descompuesta!

Esos reyes poderosos
Que vemos por escripturas
Ya pasadas,
Con casos tristes, llorosos,
Fueron sus buenas venturas
Trastornadas;
Así que no hay cosa fuerte;
Que a Papas y Emperadores
E Perlados
Así los trata la muerte
Como a los pobres pastores
De ganados.

Dexemos a los Troyanos,
Que sus males non los vimos,
Ni sus glorias;
Dexemos a los Romanos,
Aunque oímos o leímos
Sus hestorias.
Non curemos de saber
Lo d’aquel siglo pasado
Qué fue d’ello;
Vengamos a lo d’ayer,
Que también es olvidado
Como aquello.

¿Qué se hizo el Rey Don Joan?
Los Infantes de Aragón
¿Qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
Que fue de tanta invención
Que truxeron?
Las justas e los torneos,
Paramentos, bordaduras
E cimeras,
¿Fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verduras
De las eras?

¿Qué se hicieron las damas,
Sus tocados, sus vestidos,
Sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
De los fuegos encendidos
De amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
Las músicas acordadas
Que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar
Aquellas ropas chapadas
Que traían?

Pues el otro su heredero,
Don Enrique ¡qué poderes
Alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán al agüero
El mundo con sus placeres
Se le daba!
Mas verás cuán enemigo,
Cuán contrario, cuán crüel
Se le mostró,
Habiéndole sido amigo,
¡Cuán poco duró con él
Lo que le dio!

Las dádivas desmedidas,
Los edificios reales
Llenos d'oro
Las baxillas tan febridas,
Los enriques e reales
Del tesoro;
Los jaeces, los caballos
De su gente e atavíos
Tan sobrados,
¿Dónde iremos a buscallos?
¿Qué fueron sino rocíos
De los prados?

Pues su hermano el inocente,
Qu’en su vida sucesor
Se llamó,
¡Qué corte tan excellente
Tuvo e cuánto gran señor
Le siguió!
Mas como fuese mortal,
Metióle la muerte luego
En su fragua.
¡Oh jüicio divinal!
Cuando más ardía el fuego
Echaste agua.

Pues aquel gran Condestable
Maestre que conoscimos
Tan privado,
Non cumple que d’él se hable,
Sino sólo que le vimos
Degollado.
Sus infinitos tesoros,
Sus villas e sus lugares,
Su mandar,
¿Qué le fueron sino lloros?
¿Qué fueron sino pesares
Al dexar?

E los otros dos hermanos,
Maestres tan prosperados
Como reyes,
Qu’a los grandes e medianos
Traxeron tan sojuzgados
A sus leyes;
Aquella prosperidad
Que tan alta fue subida
Y ensalzada,
¿Qué fue sino claridad
Que cuando más encendida
Fue amatada?

Tantos Duques excellentes,
Tantos Marqueses e Condes
E Barones
Como vimos tan potentes,
Di, muerte, ¿dó los escondes
E traspones?
Y sus muy claras hazañas
Que hicieron en las guerras
Y en las paces,
Cuando tú, cruda, t’ensañas,
Con tu fuerza los atierras
E desfaces.

Las huestes innumerables,
Los pendones, estandartes
E banderas,
Los castillos impugnables,
Los muros e balüartes
E barreras,
La cava honda chapada,
O cualquier otro reparo
¿Qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada
Todo lo pasas de claro
Con tu flecha.

Aquel de buenos abrigo,
Amado por virtuoso
De la gente,
El Maestre Don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
E tan valiente,
Sus grandes hechos e claros
Non cumple que los alabe,
Pues los vieron,
Ni los quiera hacer caros,
Pues qu’el mundo todo sabe
Cuáles fueron.

¡Qué amigo de sus amigos!
¡Qué señor para criados
E parientes!
¡Qué enemigo d’enemigos!
¡ Qué Maestre de esforcados
E valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Cuán benigno a los subjetos!
¡A los bravos e dañosos
Qué león!

En ventura Octaviano;
Julio César en vencer
E batallar;
En la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
E trabajar:
En la bondad un Trajano;
Tito en liberalidad
Con alegría;
En su brazo, un Aureliano;
Marco Tulio en la verdad
Que prometía.

Antonio Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
Del semblante:
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
E buen talante.
Aurelio Alexandre fue
En disciplina e rigor
De la guerra;
Un Constantino en la fe;
Camilo en el grand amor
De su tierra.

Non dexó grandes tesoros,
Ni alcanzó muchas riquezas
Ni baxillas,
Mas fizo guerra a los moros,
Ganando sus fortalezas
E sus villas;
Y en las lides que venció
Caballeros y caballos
Se prendieron,
Y en este oficio ganó
Las rentas e los vasallos
Que le dieron.

Pues por su honra y estado
En otros tiempos pasados
¿Cómo se hubo?
Quedando desamparado,
Con hermanos e criados
Se sostuvo.
Después que fechos famosos
Hizo en esta dicha guerra
Que hacía,
Hizo tratos tan honrosos,
Que le dieron muy más tierra
Que tenía.

Estas sus viejas hestorias
Que con su brazo pintó
En juventud,
Con otras nuevas victorias
Agora las renovó
En senectud.
Por su grand habilidad,
Por méritos e ancianía
Bien gastada
Aleançó la dignidad
De la gran caballería
Del Espada.

E sus villas e sus tierras
Ocupadas de tiranos
Las halló,
Mas por cercos e por guerras
E por fuero de sus manos
Las cobró.
Pues nuestro Rey natural,
Si de las obras que obró
Fue servido,
Dígalo el de Portugal,
Y en Castilla quien siguió
Su partido.

Después de puesta la vida
Tantas veces por su ley
Al tablero;
Después de tan bien servida
La corona de su Rey
Verdadero;
Después de tanta hazaña
A que non puede bastar
Cuenta cierta,
En la su villa d’Ocaña
Vino la muerte a llamar
A su puerta.


(Habla la Muerte)


Diciendo: «Buen caballero,
Dexad el mundo engañoso
E su halago;
Vuestro coraçon de acero
Muestre su esfuerzo famoso
En este trago;
E pues de vida e salud
Fecistes tan poca cuenta
Por la fama,
Esfuércese la virtud
Para sofrir esta afrenta
Que vos llama.

»No se os haga tan amarga
La batalla temerosa
Qu’esperáis,
Pues otra vida más larga
De fama tan glorïosa
Acá dexáis:
Aunque esta vida d’honor
Tampoco no es eternal
Ni verdadera,
Mas con todo es muy mejor
Que la otra temporal
Perecedera.

»El vivir qu’es perdurable
Non se gana con estados
Mundanales,
Ni con vida delectable
En que moran los pecados
Infernales;
Mas los buenos religiosos
Gánanlo con oraciones
E con lloros;
Los caballeros famosos
Con trabajos e aflicciones
Contra moros.

»E pues vos, claro varón,
Tanta sangre derramastes
De paganos,
Esperad el galardón
Que en este mundo ganastes
Por las manos;
E con esta confiança
E con la fe tan entera
Que tenéis,
Partid con buena esperança
Que’estotra vida tercera
Ganaréis.»


(Responde el Maestre)


«Non gastemos tiempo ya
En esta vida mezquina
Por tal modo,
Que mi voluntad está
Conforme con la divina
Para todo;
E consiento en mi morir
Con voluntad placentera,
Clara e pura,
Que querer hombre vivir
Cuando Dios quiere que muera
Es locura.»


Oración

Tú que por nuestra maldad
Tomaste forma servil
E baxo nombre;
Tú que en tu divinidad
Juntaste cosa tan vil
Como el hombre;
Tú que tan grandes tormentos
Sofriste sin resistencia
En tu persona,
Non por mis merescimientos,
Mas por tu sola clemencia
Me perdonas.

Cabo

Así con tal entender
Todos sentidos humanos
Conservados,
Cercado de su mujer,
E de sus hijos e hermanos
E criados,
Dio el alma a quien se la dio,
(El cual la ponga en el cielo
Y en su gloria),
Que aunque la vida perdió,
Nos dexó harto consuelo
Su memoria.

o o o o

À la Mort du Maître de Santiago
Don Rodrigo Manrique, Son Père
Jorge Manrique
(1440–1479)

Que se rappelle l’âme dormie,
S’avivant, en s’éveillant
Pour saisir
Comment s’écoule la vie
Comment s’approche la mort
Sans mot dire,
Que vite s’en va le plaisir,
Que tantôt d’être accordé
devient douleur,
Et comment à notre avis
N’importe quel temps passé
Fut meilleur.

Et nous voyons le présent
Que dans un point est parti
et achevé,
Si nous jugeons avec sagesse,
Nous tiendrons ce qui viendra
Pour le passé.
Que personne ne se trompe
En pensant qu’il va durer
Ce qu’il espère
Mais qu’il dura ce qu’il vit
Parce que tout se passera
De cette manière.

Nos existences sont des fleuves
Qui vont se rejoindre en mer
Que c’est mourir;
Là-bas vont les hauts lignages
Fatalement à s’achever,
S’anéantir,
Là, les grands fleuves imposants,
Là, les rivières moyennes
Et les plus chiches;
Y arrivés, sont tous égaux
Ceux qui vivent de leur travail
Et les riches.


Invocation

J’omets les invocations
Des poètes renommés
Et orateurs;
Je n’aime guère leurs fictions,
Ajoutant des herbes secrètes
À leurs arômes.
Le seul à qui je m’en voue
Le seul à qui moi, j’invoque
Pour de vrai,
Qui, ayant vécu dans ce monde,
Le monde n’a point reconnu
Sa déité.

Ce monde-ci, c’est le chemin
Vers l’autre, qui est demeure
Sans chagrin,
Mais il faut avoir bon sens
Pour parcourir cette journée
Sans s’égarer.
Nous partons quand nous naissons
Nous marchons le temps de vivre,
Et nous arrivons
En même temps que finissons;
Et c’est ainsi qu’en mourant
Nous reposons.

Ce monde-ci serait bénin
En sachant nous en servir
À bon escient,
Puisque, selon notre foi
C’est pour gagner celui-là
Que l’on attend.
Et même le Fils de Dieu,
Pour nous faire monter au ciel,
Il descendit
Naître ici parmi nous autres
Et à vivre sur ce sol
Où il périt.

Voyez-moi ces choses infimes
Après lesquelles nous marchons
Et nous courons ;
Car dans ce bas monde traître
Avant même que nous mourions
Nous les perdons :
Celles dont l’âge démolit,
Celles dont des cas misérables
Qui surviennent,
Celles, qui de par leur qualité,
Des plus hautes positions
Elles s’évanouissent.

Dites-moi, donc, la beauté,
La tendre fraîcheur et teint
Du visage,
La couleur et la blancheur,
Quant il arrive la vieillesse
¿ Laquelle reste ?
L’adresse et la légèreté
Et la force corporelle
De la jeunesse,
Tout devient maison des fous
Lorsqu’il parvient cette gueuse
De vieillesse.

Parce que le sang des seigneurs,
La noblesse et le lignage
Si puissant,
Pour combien de voies et façons
L’on perd leur grande majesté
De not’ vivant !
Les uns pour peu de valeur,
Car si bas et si amoindris
Ils les tiennent !
D’aucuns qui n’en ont point,
Par des expédients honteux
Se maintiennent !

Les situations et richesses
Qui nous quittent mal à propos,
Quoi d’étrange?
Fermeté n’est point leur fort
Puisqu’ils sont d’une grande dame
Qui se change.
Ce sont des biens de Fortune
Qu’elle bouleverse avec sa roue
Point morose,
Ne pouvant être une et seule,
Ni stable ni point fixée,
Sur une chose.

Quoiqu’ils veuillent continuer
Et aller jusqu’à la fosse
Avec leur maître ;
Ils ne pourront nous tromper,
Car la vie s’en va légère
Comme un rêve :
Et les plaisirs d’ici-bas
Ce dont nous nous amusons
Temporels,
Et les tourments d’au-delà
Ce à quoi nous nous attendons,
Éternels.

Les plaisir et les douceurs
De cette vie de dur labeur
Que nous avons,
Ne sont-ils que des couloirs,
Et la mort le traquenard
Où nous tombons ?
Sans faire cas de notre perte
Nous courons bride abattue
Sans arrêt ;
Dès que nous voyons l’embûche
Et que voulons reculer,
Il ne se peut.

Si nous avions le pouvoir
D’embellir notre silhouette
Corporelle,
Et qu’ainsi nous pouvions rendre
Notre âme en si glorieuse,
Célestiale,
Quelle diligence si vivace
Nous aurions à chaque moment
Et si avisée,
À réparer la mauvaise,
Sans avoir cure de la visible
Non réparée !

Ces monarques très puissants
Dont nous lisons les chroniques
Déjà passées,
Avec de tristes cas, douloureux
Que furent leurs bonnes fortunes
Bouleversées ;
Comme quoi il n’est rien de fort ;
Puisqu’aux Papes et Empereurs
Et Cardinaux
Ainsi malmène la mort
Comme à ces pauvres bergers
Des troupeaux.

Ne faisons pas cas des Troyens,
Dont nous ne vîmes pas les maux
Ni leurs gloires ;
Et oublions les Romains
Quoique ayant ouï ou lu
Leurs histoires.
N’essayons pas de savoir
Les choses du siècle dernier
Ce qui y arriva ;
Venons plutôt aux choses d’hier
Qui ont été aussi oubliées
Que celles-là.

Où est passé le Roi Dom Joan ?
Et les Infants d’Aragon
Qu’est-ce qu’il advint ?
Partis autant des galants,
Pourquoi faire, tant d’inventions
Qu’ils ont sorties ?
Les joutes et les tournois,
Des parements, broderies
Et des cimiers,
Quoi donc, sinon bagatelles ?
Furent-elles que des fleurs des champs
Éphémères ?

Mais où sont-t-elles les belles dames,
Leurs toilettes et leurs robes,
Leurs fragrances ?
Qu’est-ce qui arriva donc aux flammes
De ces grands feux allumés
Des galants ?
Mais où passèrent ces trouvères,
Leurs musiques bien accordées
Qu’ils jouaient ?
Où sont passées ces quadrilles
Et ces robes somptueuses, fines,
Qu’ils portaient ?

Parce que son autre héritier,
Dom Henri, que de pouvoirs
Il prenait !
Qu’il était tendre, si bénin
Le monde avec ses plaisirs
Se le rendait!
Mais tu verras combien ennemi,
Tellement adverse, et cruel
Il se montra,
Qu’ayant été son ami
Combien peu il lui a duré
Ce qu’il donna !

Les présents démesurés
Les bâtiments royaux
Pleins d’or
Les vaisselles si ouvragées
Les pièces d’or et réaux
Du trésor ;
Les harnais, les chevaux
De ses osts et leurs vêtements
Si aguerris,
Où irons-nous les chercher ?
N’ont-ils été que des rosées
Des prairies ?

Car son frère l’innocent
Que de son vivant successeur
À ce qu’on dit,
Quelle cour si magnifique
Il eut et tant de seigneurs
L’ont suivi !
Mais puisqu’il était mortel
L’a mis ensuite la mort
Dans son fourneau.
Ô, ce jugement divin !
Quand le feu ardait plus vif
Tu jetas l’eau.

Alors ce grand Connétable
Maître que nous avons connu
Si réservé,
Il ne sied pas qu’on en parle,
Sinon que nous l’avons vu
Égorgé.
Ses incomptables trésors,
Ses villes et ses dits-lieux,
Sa fermeté,
Ne furent-ils pour lui des pleurs ?
Que furent-ils que des chagrins
De les quitter ?

Et ses deux autres ses frères,
Des Maîtres si prospérés
Comme des rois,
Qu’à ces grands et ces médians
Ils les ont bien assujettis
À leurs lois,
Et cette grande prospérité
Qui remonta tellement haut
Et exaltée,
Que fut-elle sinon clarté
Qu’au mieux de son grand éclat
Fut matée ?

Tant de ces excellents Ducs
Tant des Marquis et des Comtes
Et Barons
Que nous vîmes si puissants,
Dis, la Mort, où les caches-tu
Et les endors ?
Et leurs remarquables exploits
Qu’ils accomplirent lors des guerres
Et dans la paix,
Quand, toi, féroce, tu t’acharnes,
De tes forces les terrasses
Et les défais.

Les troupes innumérables,
Les pendons, les étendards
Et les drapeaux,
Les châteaux inexpugnables,
Les hauts murs et les remparts,
Les barreaux,
La fosse profonde plaquée,
Ou n’importe quel abri,
Rien n’empêche :
Quand tu viens aveuglée d’ire
Tout transperces de part en part
De ta flèche.

Celui protecteur des bons,
Aimé pour toutes ses vertus
De toutes les gens,
Le grand Maître Dom Rodrigo
Manrique, si renommé
Et si vaillant,
Ses hautes faits et célèbres,
Point nécessaire de les louer,
Car tous les virent,
Pas besoin d’en renchérir
Parce que tout le monde bien sait
Ce qu’ils furent.

Quel ami de ses amis !
Quel seigneur des serviteurs
Et des parents !
Quel ennemi d’ennemis !
Quel Maître des courageux
Et des vaillants !
Quel esprit pour les discrets !
Quelle grâce avec l’enjoué !
Quelle raison !
Quel bon avec ses sujets !
Et des fiers et malfaisants,
Quel lion !

En la bonne chance Octavien,
Et Jules César pour vaincre
Et batailler ;
En la vertu, l’Africain ;
Hannibal pour le savoir
Et travailler :
En la bonté un Trajan ;
Titus en libéralité
Et allégresse ;
Dans son bras, un Aurélien ;
Marc Tullio pour tenir
Ses promesses.


Antonio Pie en la clémence
Marco Aurelio en ressemblance
Du visage :
Hadrien de par l’éloquence ;
Théodose en humanité
Et bon usage.
Il fut Aurelio Alexandre
En discipline et rigueur
De la guerre ;
Un Constantin pour sa foi
Camille par grand amour
De sa terre.

Il ne laissa guère de trésors,
Ni atteignit maintes richesses
Ni vaisselles,
Mais il fit la guerre aux Maures,
En gagnant leurs forteresses
Et citadelles ;
Aux combats où il vainquit
Des chevaliers et chevaux
Furent attrapés,
Et en ce métier gagna
Les rentes et les vassaux
Qu’on lui a donnés.

Puis, pour l’honneur et son rang
Dans autres périodes passées
Il fit comment ?
Ayant resté désemparé
Avec des frères et serveurs
Il se maintint.
Après que des faits brillants
Accomplit dans ladite guerre
Qu’il faisait,
Il fit des traités si honnêtes,
Qui lui donnèrent bien plus de terre
Qu’il n’avait.

Ce sont ces vieilles histoires
Que de son bras inscrivit
En sa jeunesse,
Avec d’autres belles victoires
Maintenant il les refit
En sa vieillesse.
Par sa grande habileté,
Par mérites et ancienneté
Bien exercée
Renforça la dignité
De la grande chevalerie
De l’Épée.

Et ses villes et ses terres
Occupées par des tyrans
Il les trouva,
Mais par sièges et par guerres
Et par la loi de ses mains
Il les toucha.
Car notre Roi naturel,
Si des œuvres qu’il y fit
Il fut servi,
Le dira celui du Portugal
Et à Castille celui qui suivit
Son parti.

Après avoir mis sa vie
Tant des fois par volonté
En jeu ;
Et ainsi si bien servie
La couronne de son Roi,
Son Roi vrai
Après tant et tant d’exploits
Auxquels il ne peut suffire
Simple compte,
Dans sa ville à lui d’Ocaña
Vint la mort le réclamer
À sa porte.


(La Mort parle)


En disant: «Bon Chevalier,
Quittez ce monde trompeur
Et ses flatteries ;
Que votre grand cœur d’acier
Montre son élan fameux
Dans ces fatigues ;
Et puisque de la vie et santé
Vous fîtes tant peu de compte
Pour la gloire belle,
Que votre vertu s’efforce
De souffrir ce contretemps
Qui vous appelle.

»Qu’il ne vous soit pas trop amère
La bataille si redoutable
Que vous attendez,
Car une autre vie plus longue
De renommée tant glorieuse
Ici vous quittez :
Quoique cette vie d’honneur
N’est pas non plus éternelle
Ni véritable,
Mais malgré tout bien meilleure
Que cette autre temporelle
Périssable.

»L’existence perdurable
Ne la procurent pas des charges
Mondaines,
Ni non plus vie de plaisirs
Où habitent les péchés;
Infernaux ;
Mais tous les bons religieux
La gagnent par des prières
Et des pleurs ;
Les chevaliers renommés
Avec luttes et pénuries
Contre infidèles.

»Et puis, vous, noble guerrier,
Tant de sang vous avez versé
Des Païens,
Attendez la récompense
Qu’en ce monde avez gagnée
Par vos mains ;
Et avec cette confiance
Et avec la foi si entière
Que vous avez,
Allez confiant dans l’espoir
Que cette autre troisième vie
Vous gagnerez.»


(Répond le Maître)

«Ne perdons du temps encore
Dans cette existence mesquine
Comme quoi j’ose
Déclarer ma volonté
Conformément à la divine
En toute chose ;
Je consens à ce que je meure
De volonté heureuse entière,
Claire et mûrie,
Que vouloir l’homme exister
Quand Dieu veut qu’il expire
C’est une folie.»


Prière


Toi, qui par nos péchés
As pris la forme servile
Et humble nom ;
Toi qui en ta divinité
As joint une chose aussi vile
Que l’homme ;
Toi qui de si grands tourments
As souffert sans résister
En ta personne,
Ce n’est pas par mes mérites,
Mais par ton unique clémence
Qui me pardonnes.


Achèvement


Ainsi dans un tel accord
Avec tous les sens humains
Conservés,
Entouré de son épouse,
Et de ses fils et ses frères
Et serviteurs,
Rendit l’âme au Créateur,
(qui veuille la placer au ciel
Et dans sa gloire),
Que bien que la vie perdit,
Nous laissa grand réconfort
Sa mémoire.

(Traduction libre par
Jean-Yves Marin
le 25-07-2010)

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